Avaricia en las inversiones
- Diego Alcalá
- 11 jun
- 4 Min. de lectura

La relación entre el dinero y las emociones es más compleja de lo que muchas veces reconocemos. En el mundo de las inversiones, donde las decisiones impactan directamente en nuestro patrimonio, las emociones juegan un papel que puede llevarnos al éxito o al fracaso. Entre todas estas emociones, la avaricia es quizás la más peligrosa y la que más silenciosamente puede erosionar un patrimonio.
Diferencia entre ambición y avaricia
La ambición y la avaricia, representan dos fuerzas muy distintas en el ámbito financiero. La ambición es el motor que nos impulsa a establecer metas claras de crecimiento patrimonial, a buscar oportunidades de inversión y a mantener la disciplina necesaria para lograr nuestros objetivos. Es una emoción constructiva que nos lleva a educarnos, a calcular riesgos y a planificar estratégicamente.
La avaricia, por otro lado, es el deseo desmedido de acumular riqueza sin un propósito claro, llevándonos a tomar decisiones irracionales. Como diría Warren Buffett, "lo que los inversionistas necesitan es la capacidad de controlar las emociones que les hacen pagar precios exorbitantes en momentos de gran optimismo y vender a precios irrisoriamente bajos en momentos de pesimismo".
Esta distinción nos permite entender que no está mal aspirar a maximizar nuestros retornos, siempre y cuando no sacrifiquemos principios básicos de gestión de riesgo en el proceso. La ambición nos lleva a buscar un 15% de retorno anual disciplinadamente, mientras que la avaricia nos hace perseguir el 100%.
El apalancamiento, esa herramienta de doble filo en las finanzas, se vuelve particularmente peligroso cuando es motivado por la avaricia. Me he encontrado con inversionistas que, no satisfechos con los rendimientos naturales de sus activos, recurren al endeudamiento excesivo para multiplicar sus posiciones, ignorando el aumento exponencial en el riesgo que esto conlleva.
La historia está inundada de ejemplos donde el apalancamiento motivado por la avaricia ha llevado a desastres financieros. Desde el colapso de Long-Term Capital Management hasta la crisis hipotecaria de 2008, vemos cómo la búsqueda de retornos extraordinarios mediante el apalancamiento terminó en catástrofes que afectaron no solo a los inversionistas directos, sino a economías enteras.
El problema no es el apalancamiento en sí, sino su uso impulsado por emociones en lugar de análisis frío. Cuando utilizamos deuda para amplificar retornos sin un análisis profundo de los riesgos, estamos dejando que la avaricia tome el control de nuestras decisiones financieras.
Una de las manifestaciones más peligrosas de la avaricia es cuando se disfraza de optimismo. "Esta vez es diferente", "el mercado seguirá subiendo indefinidamente", "este activo nunca bajará" – estas frases son banderas rojas que indican que estamos permitiendo que la avaricia influya en nuestras decisiones, cubriéndola con un manto de falso optimismo. Además de ser un fenomeno observable en muchas clases de activos como la bolsa, criptomonedas o hasta el sector inmobiliario.
El optimismo legítimo se basa en análisis fundamentado y reconoce la naturaleza cíclica de los mercados. La avaricia disfrazada de optimismo ignora las señales de advertencia y los principios básicos de la inversión. Como menciona Howard Marks en su libro "Lo más importante para invertir con sentido común": "El éxito en la inversión no consiste en hacer lo correcto, sino en evitar de manera consistente los errores graves".
Este fenómeno es más evidente en los mercados alcistas prolongados, donde los inversionistas comienzan a creer que la única dirección posible es hacia arriba. La memoria selectiva nos hace olvidar las crisis anteriores, y empezamos a construir narrativas que justifican valoraciones cada vez más desconectadas de la realidad. ¿Te suena algún mercado que no ha parado de subir?
Los asesores financieros se encuentran en una posición única para identificar y contrarrestar la avaricia en sus clientes. Aunque siempre digo que este papel no está exento de conflictos éticos y prácticos. Te pregunto: ¿Debe un asesor complacer a un cliente que, cegado por la avaricia, insiste en tomar riesgos excesivos? ¿O debe mantener una postura firme que podría costarle la relación comercial?
En mi experiencia, los mejores asesores actúan como contrapeso emocional para sus clientes. No solo gestionan portafolios, sino que también gestionan expectativas y emociones. Educan constantemente sobre la relación riesgo-retorno y tienen el valor de decir "no" cuando una propuesta de inversión está claramente motivada por la avaricia. Un buen asesor siempre buscará cuestionar tú tesis de inversión.
Un buen asesor no es el que te promete los mayores rendimientos, sino el que te ayuda a construir un portafolio que se alinee con tus objetivos reales, te proteja de tus impulsos emocionales y te permita dormir tranquilo por las noches.
La avaricia en las inversiones es una emoción muy común que todos debemos reconocer y controlar. Como inversionistas, nuestra tarea no es eliminar todas las emociones de nuestras decisiones (algo probablemente imposible), sino ser conscientes de cómo estas influyen en nuestras elecciones y desarrollar mecanismos para mitigar sus efectos más perjudiciales.
Y tú, ¿Has identificado momentos en los que la avaricia, y no la ambición, ha guiado tus decisiones de inversión?
Diego Alcalá,
Director Operativo en Comprando América
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