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Psicología del inversionista


Si existe un factor decisivo que separa a los inversionistas exitosos de los que fracasan, no es necesariamente su capacidad para analizar estados financieros o predecir tendencias del mercado, sino su mentalidad. Pero, ¿Apoco así de fácil? No es tan simple. La psicología del inversionista, esa compleja interacción entre emociones, sesgos cognitivos y comportamientos, siempre juega un papel en las decisiones financieras y, por ende, en los resultados de inversión a largo plazo.


En el mundo de las inversiones, la impaciencia puede ser nuestro peor enemigo. Constantemente nos bombardean con historias de éxito inmediato: desde criptomonedas que multiplican su valor en días hasta startups que convierten a sus fundadores en millonarios de la noche a la mañan. Aha. Estas narrativas alimentan una expectativa distorsionada sobre cómo se construye realmente la riqueza.


La verdad, menos glamorosa pero infinitamente más confiable, es que la inversión exitosa se parece más a un maratón que a una carrera de velocidad. Dice Mohnish Pabrai, un reconocido gestor de fondos: "En inversiones, lo que es cómodo rara vez es rentable". Los resultados consistentes, como lo hemos hablado en entregas anteriores, requieren disciplina, paciencia y una perspectiva de largo plazo que va contracorriente de nuestra naturaleza humana, que busca gratificación inmediata.


Podemos observar este fenómeno repetidamente entre inversionistas novatos. Comienzan con entusiasmo, realizan algunas operaciones exitosas que los llenan de confianza, pero cuando enfrentan inevitables reveses, muchos abandonan o, peor aún, doblan sus apuestas buscando recuperar rápidamente lo perdido. Esta mentalidad de "sprint" es precisamente lo que lleva a muchos al fracaso.


El inversionista que entiende que está corriendo un maratón adopta una estrategia diferente. Establece un ritmo sostenible, no se deja distraer por fluctuaciones a corto plazo, y comprende que los resultados relevantes se acumulan con el tiempo. El tiempo es nuestro mejor aliado cuando invertimos. W. Buffett no construyó su riqueza en pocos años, sino a lo largo de décadas de inversión disciplinada.


La mayoría de las personas no se dan cuenta de que invertir es tanto un ejercicio psicológico como financiero. Podemos tener el conocimiento técnico, la estrategia perfecta y el capital adecuado, pero si nuestras emociones toman el control en momentos críticos, los resultados serán mediocres en el mejor de los casos, y desastrosos en el peor.


El miedo y la codicia son las dos emociones primarias que distorsionan el juicio del inversionista. El miedo nos lleva a vender en pánico durante caídas del mercado, realizando pérdidas que podrían haber sido temporales. La codicia, por otro lado, nos empuja a perseguir rendimientos insostenibles o a mantener posiciones ganadoras más allá de lo razonable, ignorando señales de advertencia.


Morgan Housel, en su libro "La Psicología del Dinero", (recomendado por cierto) lo dice de la siguiente manera: "El comportamiento financiero exitoso se trata menos de lo que sabes y más de cómo te comportas". Esta frase me ha dado vueltas recientemente. He leído de brillantes analistas financieros que toman pésimas decisiones de inversión debido a sesgos emocionales que no logran controlar.


Los sesgos cognitivos también juegan un papel importante. El sesgo de confirmación nos lleva a buscar información que refuerce nuestras creencias previas, el anclaje nos dificulta adaptar nuestras expectativas a nuevas realidades y el efecto de disposición nos hace proclives a vender ganadores demasiado pronto y mantener perdedores demasiado tiempo.


El proceso de inversión puede dividirse en dos fases críticas desde el punto de vista psicológico: Antes de invertir y después de hacerlo. Cada fase presenta sus propios desafíos que debemos aprender a gestionar.


En la fase pre-inversión, el exceso de confianza suele ser el mayor obstáculo. No debemos ser tan optimistas. Tendemos a sobreestimar nuestra capacidad para predecir el comportamiento del mercado y subestimar los riesgos inherentes a cualquier inversión. Un estudio realizado por James Montier encontró que el 74% de los gestores de fondos creían tener habilidades superiores al promedio, una imposibilidad estadística que ilustra perfectamente este sesgo y que además, se ve reflejada en el manejo de las inversiones personales.


Para contrarrestar esta tendencia, he desarrollado la práctica de "argumentar en contra" de cada inversión potencial. Antes de comprometer capital, mío o de terceros, dedico tiempo a elaborar un caso sólido en contra de la inversión que estoy considerando. Este ejercicio me obliga a examinar ángulos que mi entusiasmo inicial podría haber pasado por alto y lo tome del libro “The power of moments” en el ejemplo de la fallida compra de Snapple. Sí, los jugos. (Te recomiendo leerlo)


La fase post-inversión presenta desafíos diferentes. Una vez que hemos invertido, nuestro cerebro activa mecanismos de justificación que nos hacen más propensos a ignorar información negativa. Este "sesgo de compromiso" puede llevarnos a mantener posiciones perdedoras mucho después de que los fundamentos originales de la inversión hayan cambiado. Esta posición perdedora puede ser un negocio, una acción, una propiedad o el activo que se te ocurra.


Una estrategia para manejar esta fase es establecer reglas claras de salida antes de entrar en cualquier inversión. Como me dijo una vez un mentor: "La disciplina para salir de una inversión debe ser más rigurosa que la utilizada para entrar". Definir de antemano bajo qué condiciones venderemos o saldremos de esa posición, nos protege de la racionalización post-facto que todos tendemos a hacer cuando las cosas no salen según lo planeado. Convertirse en un mejor inversionista requiere tanto desarrollo de habilidades técnicas como crecimiento personal y emocional, por más trillado que esto suene. Basado en mi experiencia y observación, estas son algunas estrategias que pueden ayudarnos a evolucionar:


Desarrollar autoconciencia emocional. Mantener un diario de inversiones donde registremos no solo nuestras operaciones, sino también nuestras emociones y razonamientos, puede revelar patrones problemáticos en nuestra toma de decisiones. Recomendaría revisarlo periódicamente, ya que nos ayuda a identificar debilidades recurrentes. Si… hay algo de auto-conocimiento en esto.


Adoptar un sistema que limite la impulsividad. Las reglas predefinidas actúan como límites que nos mantienen en “el camino” cuando las emociones amenazan con desviarnos. Estas pueden incluir límites claros para la diversificación, tamaños máximos de posición (o de activo), y criterios específicos para comprar o vender.


Cultivar la paciencia y la perspectiva. La capacidad de esperar es una ventaja competitiva en los mercados financieros. Como dijo Seth Klarman: "En la inversión, la actividad está sobrevaluada mientras que la paciencia está infravalorada". Practicar deliberadamente la paciencia, quizás dejando pasar oportunidades marginales, fortalece este músculo mental en las inversiones.


Exponerse a puntos de vista contrarios. Buscar activamente opiniones que contradigan nuestras propias conclusiones nos ayuda a construir una visión más completa y matizada. Esto puede significar leer análisis de inversionistas y tésis de inversión con filosofías diferentes a la nuestra.


Practicar la humildad epistémica. Reconocer los límites de nuestro conocimiento y la incertidumbre inherente a los mercados financieros y de las inversiones en general, nos hace más adaptables y menos susceptibles a errores costosos causados por exceso de confianza.


En mi propio recorrido como inversionista, he encontrado que los mayores avances han venido no de aprender nuevas técnicas de análisis, sino de comprender mejor mis propias emociones y sesgos. Y si, a base de muchos errores que me dan una mayor autoridad para hablar sobre todo esto. La autoconciencia es el punto de partida para cualquier mejora en nuestra capacidad para tomar decisiones financieras acertadas. El acierto esta en el proceso de toma de decisiones.


La psicología del inversionista no es un aspecto secundario del proceso de inversión, es lo que determina nuestros resultados a largo plazo. Como dijo Benjamin Graham, el padre de la inversión en valor: "El principal problema del inversionista, e incluso su peor enemigo, es probablemente él mismo". Cuanto antes aceptemos esta realidad y trabajemos conscientemente en nuestra mentalidad, mejores inversionistas nos convertiremos.


Y tú, ¿Has reflexionado sobre cómo tus emociones influyen en tus decisiones de inversión? Y ¿Qué estrategias has desarrollado para gestionar tu psicología como inversionista?


Diego Alcalá, Director Operativo en Comprando América

 
 
 

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